Oprah vs Trump o el triunfo de la telecracia USA
Oprah Winfrey es (por mucho que nos pongamos estupendas) una Ana Rosa Quintana de la televisión estadounidense a la que se la quiere por su progresismo (en lo político), su sacrificada vida personal y aquella fabulosa interpretación que hizo en El color púrpura a las órdenes de Steven Spielberg. Pero no deja de ser una estrella de la tele igual que lo es Donald Trump y convertir la política en mera competición de astros catódicos resulta (glups) una perspectiva que a muchos analistas hace temblar.
"Oprah, don't do it" ha titulado The New York Times al conocerse la noticia de que la presentadora más famosa de Estados Unidos podría aspirar a la Casa Blanca.
¿Y por qué? Si Ronald Reagan, mal actor de westerns, fue presidente, ¿por qué no puede serlo una afroamericana famosa por salir en la tele?
He aquí la cuestión.
A Donald Trump, según ha comentado a la prensa, la idea le parece estupenda. O sea, dice que ganaría a la presentadora pero que muy bien competir con ella. Si hasta hubo una portada premonitoria en el Daily Mail de hace algunos años.
Es la telecracia, el show business irrumpiendo en la política. Kanye West también se lo piensa y los demócratas languidecen después del fiasco de Hillary Clinton con que, tal vez, recibirían con los brazos abiertos a una candidata capaz de hablar en el mismo idioma de Trump.
¿Ser buena comunicadora equivale a ser buena en política?
Oprah Winfrey hizo un vibrante discurso feminista en la gala de los Globos de Oro. Tan bueno que hasta Ivanka Trump lo aplaudió. Pero de ahí a convertirse en una presidenta solvente, en comandante en jefe y todo lo demás hay una distancia considerable. Donald Trump es divertido en la tele pero no tiene ninguna gracia con el botón nuclear a su disposición. Puede que Oprah desprenda, eso sí, más simpatía.
Pero la política no es sólo simpatía (o no debiera serlo). Naomi Kleim (la autora de No logo o La doctrina del shock) sostiene, desde la izquierda, que el carisma de líderes como Justin Trudeu o Emmanuel Macron es todo un problema a la hora de plantear batallas políticas serias. Son tan guapos y simpáticos que pelear en el plano político se hace difícil y la opinión pública les adora hagan lo que hagan. Otra suerte de telecracia.
¿Llegará a algo la embrionaria aspiración presidencial de Oprah?
¿Y si Ana Rosa Quintana lo intentase aquí en España?
Bueno, sería diferente pero ya tenemos a Toni Cantó o Felisuco en el Congreso de los Diputados y la fama de Pablo Iglesias surgió de su participación en las tertulias y la televisión es un factor determinante en la vida política del mundo civilizado.
Tal vez sea, simplemente, el signo de los tiempos y no haya nada de malo en que Oprah llegue a la Casa Blanca. Y que después la competición entre republicanos y demócratas sea Chuck Norris vs George Clooney.